Vamos a hacer un ejercicio. Proyectémonos al curso 2029/2030, es decir, a dentro de unos 8 años. ¿Cómo es la educación ese curso? ¿Qué ha cambiado y qué se ha mantenido de la educación que se desarrolla hoy día en los centros escolares? Reflexionemos, como lo ha hecho la propia Unesco, pero no en términos tan generales. Vayamos a lo particular, a lo concreto. Huelga decir que, como no tengo ni habilidades premonitorias ni herramientas para hacer adivinaciones (léase, cartas, bola de cristal o posos de té), todo lo que viene a partir de ahora es fruto de mi propia reflexión e imaginación. Léase con precaución y cójase con papel de fumar (o con pinzas, allá cada cual).
Cuando realizamos un ejercicio de proyección a futuro lo primero que nos viene a la mente es la tecnología. Buscamos algo que a día de hoy parezca muy puntero y hacemos el ejercicio de normalizarlo e integrarlo en el día a día. Bien, pues no seamos la excepción. La realidad virtual, a través esas gafas tan chulas que permiten vivir experiencias inmersivas sin moverte de casa, es muy posible que estén en las aulas. No hace tanto, la presencia de los ordenadores en los centros era anecdótica y tardaron cierto tiempo en generalizarse y abundar. Pero terminaron llegando. Experiencias basadas en la realidad virtual creo que estarán presentes en las aulas de forma más o menos generalizada y permitirán dotar de un soporte visual a lecciones de, por ejemplo, geografía e historia. Por supuesto, antes habrá que resolver algunos problemas, como el espacio diáfano necesario para poder utilizarlas, su precio (que poco a poco se va reduciendo) y la creación de contenidos específicos adaptados al aula y atractivos tanto para los docentes como para los alumnos. Poco a poco.
Otro elemento de la tecnología que aparece rápido en escena cuando hablamos de futuro (y ya no tan futuro) es la inteligencia artificial. ¿Os imagináis que el profesor se libera de parte de la carga de tener que corregir exámenes, de evaluar a sus alumnos, sus trabajos o deberes? Ojo, asumimos que estamos hablando de una inteligencia artificial suficientemente inteligente para no equivocarse o para detectar posibles escenarios de error. Incluso de pedir ayuda. Un profesor liberado de estos aspectos deja de ser, de alguna forma, "el enemigo". El profesor no aprueba ni suspende. El profesor enseña, educa y acompaña durante el aprendizaje. Y, en ese momento y de una vez por todas, se pone en relieve el auténtico papel del profesor. ¿Y quién calibra a la inteligencia artificial? Pues el inspector-calibrador, por supuesto, una de esas profesiones que aún no se han inventado.
Pero en el futuro no todo serán cambios tecnológicos. Es muy probable que nuestra forma de concebir la educación en sí misma también cambie. A día de hoy ya existe una tendencia hacia el "aprender a aprender", una competencia que define la propia Comisión Europea. De alguna forma ya nos hemos dado cuenta de que en un mundo tan cambiante como en el que nos encontramos es fundamental ser conscientes de los procesos de aprendizaje y aplicarlos siempre que hagan falta (que, como digo, cada es más a menudo). Esta tendencia, estoy seguro, se consolidará durante los próximos años. Se seguirán aprendiendo muchas cosas de las que se aprenden hoy día, pero ya no será un aprendizaje superficial y aislado. Para 2030, creo que una buena parte de los aprendizaje que se produzcan en la escuela estarán destinados a formas de aprender las cosas, a estrategias de aprendizajes en sí mismas.
¿Y los tan polémicos deberes? Pues espero que sigan existiendo. Pero ojo, igual que digo que el concepto de educación cambiará, los deberes deberán cambiar de la misma manera. Los deberes seguirán sirviendo para reforzar aprendizajes obtenidos en el aula. Con el tiempo, surgirán más y más iniciativas entre profesores para mejorar la coordinación de estos deberes, incluso para transversalizarlos: ¿por qué no mandar como deberes actividades que sirvan para reforzar conocimientos de más de una asignatura? Las nuevas tecnologías pueden jugar aquí un rol importante, permitiendo a las distintas juntas de profesores de grupo comunicarse de una forma más eficaz y fluida y coordinar todos esos aspectos.
Por último, para finalizar esta reflexión, quiero mencionar los libros de texto. ¡Esos que tantos disgustos han dado a los niños durante tantas y tantas generaciones! Pues mucho me temo que van camino de desaparecer, al menos en al forma tradicional en que se conocen a día de hoy. El libro de texto se perderá en favor de otros soportes de información: plataformas interactivas, contenido multimedia, materiales específicos creados y suministrados ad-hoc para los propios alumnos y grupos de alumnos, etc. Todo ello redundará en una atención más individualizada y adaptada a sus propias necesidades. No perdamos de vista que no todos los chavales aprenden igual, cada uno tiene su propio estilo de aprendizaje: ¿por qué tendría que servir el mismo libro por igual a todos los niños? Pronto nos daremos cuenta de eso y de las bondades que nos ofrece la tecnología (no solamente internet) para ello. Soñemos con que la norma fuera suministrar material adaptado a cada niño, con refuerzo para el que lo precise, con ampliación para el alumno aventajado, con información para los propios padres (¿cómo ayudar a mis hijos con este tema?), todo en soportes dinámicos, interactivos y atractivos para los niños y adolescentes. Creo que así será el curso 2029/2030.
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